La vida es esto, a pesar de mis complejos: quererme a muerte y poder querer al resto.

Creo en algunas palabras, pero sobre todo en lo que dicen los ojos, las cejas y las muecas de los labios.
Creo en los exabruptos, en los actos fallidos y en los arranques de ira.
Creo que en la belleza de la imperfección y en el azar.
Creo en una frase de Sartre y en el té con miel para el dolor de garganta.
Creo en la historia, en las marcas imborrables y en los estornudos.
Creo que siempre voy a preferir la verdad.
Creo en el otro, aunque no siempre, aunque no en todos.
Creo en la intuición y el silencio.
Creo en los cuerpos y en lo hereditario.
Creo que los niños mienten y los grandes también.
Creo en la espontaneidad y en la muerte.
Creo en el sufrimiento y en las ganas de correr.
Creo en todas las publicidades para el pelo y en las personas que ríen hasta llorar.
Creo en la gente insegura y en la inspiración.
Siempre les creo a los médicos, y a veces a mi mamá.
Creo en las adicciones, y en el café para despertarse.
Creo en las causalidades, en el vino tinto para disfrutar la noche, en las personas que andan descalzas, en los que se duermen viendo una película, en los que murmuran una canción mientras cocinan y en los que se quedan callados mientras se duchan.
Creo en todos los abrazos y sólo en algunas palmaditas en el hombro.
Creo en el queso rallado para las pastas y en que uno se enamora pocas veces.
Creo en los que se expresan con sencillez y en algunas metáforas. Creo en los mapas y en la gente impulsiva.
A veces creo en un dios, nosé si todopoderoso, pero siempre, siempre, creo en tí.

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