Descubrí que ni Borges, ni Dickens, ni Rubén Darío iban a poder expresar con bellas palabras lo que siento. A lo mejor porque no son bellas. O quizá porque lo mío es más complejo, pues el hombre es complejo y como tal, es complejo explicar o describir su sentir.
Soy optimista por naturaleza, siempre veo lo bueno de cada situación, en cada desventura busco encontrar una salida antes de desesperar. Cómo, en pocas palabras puede alguien que no soy yo, explicar lo que siento. Porque las fiestas son, fundamentalmente eso: Sentir. Sentir que vivimos, sentir que compartimos, sentir que llegamos, sentir que estamos en el camino correcto. Como a todos, la vida nos impone un ritmo que nos aleja del sentimiento, la vida sigue, la vida avanza, no importa las pérdidas que hayamos tenido, no importa los momentos gratos que seguramente creemos que no volverán. La vida es una sucesión de instantes y no existe una vida feliz, pero lo que si existe es haber vivido plenamente.
No nos detengamos a  reflexionar y a realizar balances de lo ganado y perdido puesto que  las cosas que realmente importan no se pueden mensurar.
Tengo problemas, que voy a solucionar. Tengo amigos con problemas que estoy seguro van a solucionar.  Quisiera contagiarlos y que empecemos a cambiar el mundo. Y el mundo empieza por cada uno de nosotros. Cambio que necesitamos para dejar a nuestros descendientes un mundo mejor, donde en la escala de valores morales de nuestra sociedad, la lealtad, la honradez, la responsabilidad y la justicia ocupen los primeros lugares independientemente de la posición que cada uno de nosotros le otorgue.

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