Una tarde cualquiera de Noviembre. Una temperatura de 37 grados. La vuelta a casa como una escena  de todos los días. Iba en el colectivo con mis auriculares, no recuerdo la canción que se reproducía.  Si recuerdo que fue lo que me llevo a perder registro de esa melodía: fueron ellas. Me detuve unos minutos para observar sus rostros. Fueron ellas resguardando un día largo, quizá de trabajo, de un viaje en vano o de un paseo extraordinario, de alguna anécdota para recordar o simplemente un día para olvidar. Ojos cerrados, flujo de aromas, brazos caídos, sonrisas escondidas, miradas misteriosas, ropas que llevan días, zapatos cansados de caminar, dolores que no se van, historias abrumadoras, exquisitas, interesantes, atractivas, sensacionales y otras espeluznantes se escondían detrás de esos tejidos. Éramos varias, no podría detallar con exactitud pero bastaría con saber que eran suficientes como para llamar mi observación.  No me preguntes porque te cuento esto, pero eso me paso, me inquietó. Fueron apenas unos 5 minutos de viaje que bastaron para volar sobre mas allá e imaginarme un mundo de historias en cada una de ellas, porque seguro no acerté con ninguna (o quizá en algo así) pero que tenían historia te lo aseguro. Una sola cosa sí era cierta, todos teniamos un destino al que llegar.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El peor sentimiento es no saber si esperar un poco más o rendirse”

Yo se que a veces gano cuando pierdo.