Todos queremos ser de alguien.

Y yo creo que es muy cierto. Aunque a simple vista lo neguemos, sabemos que inconscientemente queremos mostrar de quien somos o de quien queremos ser. Y no me refiero a que alguien te diga “sos mia/o” y viceversa. Es una cuestión de intenciones, de demostraciones o por qué no, una muestra de amor. Porque nos fascina la idea de saber que alguien nos cuida de las cosas que tememos, que nos abraza cuando lo necesitamos, que nos piensa en algún momento del día, que nos menciona como propio, como un regalo de la vida, como aquello que deseamos alcanzar y finalmente es nuestro. Todos queremos ser de alguien. Y no hablo simplemente de una pareja, sino que también puedo contarte cuantas veces dije que era de mi papa y no de mi mama (típica escena familiar). Porque de alguna manera a eso nos lleva el amor, a correr el riesgo de entregar una mitad de si para que otro la conserve, para que la aprecie, para que la desee, para que día a día esa parte se riegue, se ame y se mantenga con vida. Y luego darle un sentido al tal “mi”. {Aunque siempre falte algo, esa otra parte, que se queda en nosotros, que de alguna manera no se comparte sin dar cuenta de ello. Y genere finalmente esa sensación de completud (que creemos muchas veces sentir y haber alcanzado) cuando recibimos apenas una parte.} Y no lo veo como algo negativo, porque aunque creo saber poco de la vida, siento que vivir es aceptar esa falta. Como también desear alguien y no, necesitar a alguien. Saber que cualquiera puede seguir viviendo sin uno, pero que aun así, elige ser parte de uno.

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